Cada vez que surge una nueva variante del coronavirus, el mundo sigue un patrón similar. Los científicos divulgan sus hallazgos y se desata el pánico. No se toman suficientes medidas entre cada ola para la prevención o preparación ante la próxima.
La variante ómicron tomó a gran parte del mundo por sorpresa. No debido a su existencia —así se comportan los virus—, sino debido a lo contagiosa que es y a la rapidez con la que se propaga. Los países trataron de establecer políticas sobre la marcha que debieron haberse implementado desde hace mucho, como garantizar que haya suficientes pruebas disponibles.
Ahora que nos acercamos al tercer año de la pandemia de COVID-19, ya es tiempo de que el mundo aprenda de los errores del pasado. Esto comienza con reconocer que las variantes alfa, delta y ómicron no son amenazas nuevas. Todas siguen derivándose del coronavirus. En lugar de arrojar a nuestras sociedades al caos cada vez que surge una nueva variante, tenemos que reconocer que el virus aún no está bajo control y que las naciones necesitan crear mejores estrategias de preparación, detección y respuesta a las futuras olas. Se puede hacer buen uso de todos los conocimientos adquiridos sobre cómo responder a una variante tan letal como la delta o tan contagiosa como la ómicron.
El SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la COVID-19, seguirá cambiando y produciendo nuevas variantes. Esto es verdad, sobre todo mientras siga habiendo grupos numerosos de personas no vacunadas en todo el mundo que pueden contraer el virus con facilidad y servir de huéspedes para que este se reproduzca y mute en su interior. Gracias a esto, es imposible que un solo país acabe con la pandemia por su cuenta.
Para mitigar el impacto de las variantes futuras, el mundo debe establecer y reforzar los sistemas de monitoreo y vigilancia del virus que puedan identificar las nuevas variantes con rapidez, de modo que los líderes puedan reaccionar a tiempo.
El proceso es el siguiente: los científicos suelen obtener muestras del virus de personas infectadas y secuencian esas muestras. Esto les ayuda a detectar cambios significativos en el virus. Los repuntes de casos en ciertas áreas también sirven para alertarlos a inspeccionar más a fondo. Cuando los investigadores encuentran algo importante, pueden avisar a sus colegas para que se hagan más estudios al respecto.
Las redes de laboratorios a nivel mundial deben estar equipadas para analizar las propiedades de cualquier variante nueva y así evaluar su posible impacto en la disponibilidad de pruebas, la efectividad de las vacunas y los tratamientos.
Los científicos en Sudáfrica y Botsuana que ya están realizando esta clase de vigilancia sistemática del coronavirus fueron capaces de advertir de inmediato a sus redes de investigación y al resto del mundo sobre ómicron. De ahora en adelante, estos hallazgos también deben activar una respuesta colectiva eficaz. Cuando se identifiquen variantes de preocupación, debe haber un consenso global sobre cómo deben reaccionar los países en conjunto para mitigar cualquier efecto nocivo para la salud y la economía. Las restricciones de viaje no han logrado limitar la propagación de ninguna de las variantes.
Asimismo, todos los países deben reforzar su infraestructura para las pruebas de coronavirus. Las pruebas rápidas que pueden realizarse en casa deben ser fáciles y baratas de conseguir para reducir las cadenas de transmisión, sobre todo durante las olas de contagios. Tener la capacidad de hacerse una prueba en casa les da a las personas el poder de saber su estatus de infección y evitar propagar el virus si dan positivo.
Lo más importante es ampliar la escala de las campañas de vacunación a nivel mundial para aplacar la continua circulación del virus. Esto no solo limitará la aparición de variantes en el futuro, sino que también ayudará a disminuir los estragos del virus en la población, pues menos personas se enfermarán. En materia de vacunación y protección, se les debe dar mayor prioridad a ciertos grupos, como las personas con sistemas inmunitarios debilitados como consecuencia de un tratamiento para padecimientos como el cáncer o el VIH/sida. Las personas que tienen dificultades para evitar una infección de coronavirus no solo enfrentan el riesgo de padecer una enfermedad más grave debido al virus, sino que una infección a largo plazo también le da una oportunidad al virus de mutar con mayor libertad y tal vez crear una nueva variante.
Durante las olas de contagios, los países deben ampliar el acceso a medidas que puedan disminuir el riesgo de infección, como los cubrebocas. La mascarilla correcta, colocada de manera adecuada y constante en espacios públicos cerrados, en cierta medida, puede proteger a la gente de todas las variantes. Ahora que hay medicamentos disponibles para tratar las infecciones, los jefes de Estado y las empresas farmacéuticas deben garantizar que haya suficientes suministros y que estén a disposición de todos. Esto debe incluir a los habitantes de países en vías de desarrollo. Los medicamentos como el Paxlovid, fabricado por Pfizer, se pueden tomar vía oral, lo cual le permite a la gente quedarse en casa y lejos de los hospitales. El acceso a este tipo de fármacos es de suma importancia en los países donde las tasas de vacunación son bajas y las personas están menos protegidas.
El mundo tuvo suerte con ómicron. Quién sabe qué habría sucedido si esta variante tan contagiosa hubiera provocado una enfermedad tan grave como la que causa la delta. La próxima vez, quizá no tengamos tanta suerte. El mundo jamás puede volver a darse el lujo de estar tan poco preparado.
John Nkengasong es el director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de África, una institución de la Unión Africana. A principios de 2020, fue nombrado uno de los enviados especiales del director general de la Organización Mundial de la Salud en materia de preparación y respuesta a la COVID-19.